4. Escribe una historia sin usar el verbo «tener» en ninguna de sus conjugaciones
Mala enseñanza
Había tres torres blancas como las nubes que no están por descargar en lo alto de una montaña, cerca de un risco. En la que primero se construyó vivía Jazarah, una señora bien entrada en años que se asfixiaba viviendo en los pueblos. Se decía que había sido una gran hechicera en sus tiempos mozos y debía de serlo, pues en uno de sus últimos viajes había llevado consigo dos infantes que había traído al risco, alejados de todos.
De la noche a la mañana habían nacido dos torres más y se habían ido irguiendo con el paso de los años, conforme los dos pequeños iban cogiendo edad.
Cuando Benazir no pudo más cogió su cayado y se fue sin mirar atrás. Echaba de menos pisar la tierra, su olor agrio, el piar de las aves, observar cuán amplio era el mundo. No dijo nada a Jazarah, ni a aquel chico callado cuyo nombre desconocía por completo pero que en su torre le había puesto el nombre de Eurig, por el brillo que su torre desprendía cada mañana. ¿Qué iba a decirles? ¿Que no la esperasen despierta?
Jazarah la había recogido de las calles cuando no había tenido a nadie, y se lo había agradecido con sus ojos tristes llenos de suciedad. Pero no le había visto sentido a quedarse más tiempo en aquella torre, sin hablar con nadie salvo con su propia voz interior. En su torre poseía libros de estudio, una temperatura adecuada, agua y comida. Pero no había cabida para el mundo exterior, una conversación, las risas… y lo echaba de menos.
Sabía que el mundo era peligroso, lo conocía mejor que nadie pero estaba dispuesta a correr ese riesgo y a que el mundo la devorase, porque le parecía menos angustioso que seguir sumergida en el silencio ordenado de la torre.
Había tratado de hablar muchas veces con Eurig, de torre a torre, pero el chico la había ignorado por completo y ver su rostro imbuido en tinieblas no le había dado más ganas de insistir. Así que solo le quedaba el ancho mundo, su antiguo hogar, ese que había cambiado de sitio varias veces así como de tamaño y color.
Los primeros aldeanos que vio ya le parecieron extraños en sus ropajes, también en su manera de hacer y en su forma de hablar. A ella la veían como un atractivo turístico e iban a hacer reverencias tontas, torpes y hasta burlonas.
Pronto, comprobó que los años que había pasado en las torres habían pasado demasiado deprisa en el exterior y en cuanto trató de volver a ellas no le fue posible porque se perdió. Finalmente, tal y como había temido, el mundo terminó por consumirla, alimentándose de su inocencia y su vitalidad. Nunca más se supo más de ella.
Jazarah desde lo alto de su torre observó cómo su aprendiza no había aprendido absolutamente nada en todos aquellos años, aunque lo que no sabía era que aquel al que Benazir había nombrado como Eurig hacía años que vagaba por el mundo de sus sueños, nutriéndose de las palabras que él mismo escribía con su sangre como tinta.