—Y ahí estaba ella, la más bella, la más enigmática… ¡la gran nevera! Pablo se abalanzó contra ella, había encontrado el amor de su vida —hizo una pausa un momento para coger aire— y además podría usar el descuento que su madre le había dado.
—Oh, no, por favor, ¿pero qué descuento? ¿Eso no era de otra historia? —Gritó el elfo.
—Realmente —Ershin alzó el dedo para puntualizar sus palabras— debe hacerlo, te recuerdo que «descuento», por doce puntos por sí sola, pero subida por los multiplicadores suma ciento diecisiete, además tiene que usarla siempre por haber caído en triple de palabra —carraspeó—. Y en la misma frase. Por eso se insistió en que se tenía que estar segure. Pero como tiene coherencia y además —Ershin pidió a Pablo sus notas, quien se las pasó entusiasta de que le dieran la razón—, sí, ¿ves? Le ha tocado el surrealismo. Muy bien, Pablo.
—La próxima vez podrías no usar la romantización con objetos —gruñó Tirnaz. Pablo le cedió el turno a su compañero. El elfo enarcó una ceja y luego miró a su alrededor, era cierto, le tocaba a él. Suspiró y abrió su cuaderno y tragó saliva con duda—. Los ruidos se oían por toda la casa, húmedos, voraces, incansables. El plato tañía contra la pared, con un sonido metálico e hipnótico. —Intentó hacer lo que a Pablo se le hacía tan bien, crear ambiente con el sonido de sus palabras, pero que a él, entre el género de terror y el ambiente, se le daba francamente mal. No quería haberle dado la razón a Pablo sin luchar, pero su lucha había sido nefasta, una vergüenza—. El perro jadeaba exhausto tras zamparse una olla de potaje.
Tirnaz cerró el cuaderno lleno de sudor y bajó la mirada lleno de vergüenza. Pablo le cogió la mejilla y se la acarició con ternura.
—Lo has hecho bien. —Tirnaz dejó salir una tímida sonrisa que luego borró al instante—. Para no ser tu género, quiero decir, vaya.
Vane le pateó la espinilla a Tirnaz por accidente, se disculpó y como vio que su primo tenía las piernas subidas en el asiento de la silla optó por la vía más efectiva: se levantó rauda y veloz y le profirió una colleja. Todos rieron, todos salvo Tirnaz que seguía sumido en sus dudas.
—Era jueves noche y todos en la casa habían quedado para jugar a un juego. El que ganara se comería el último pedazo de pizza. Por lo que el concurso de cuál era el florero más prometedor empezó. El juez Bigotitos se paseó por toda la encimera, escudriñaba en busca del último defecto, los olía, los palpaba y los fue tirando uno a uno contra el suelo, examinaba incluso cómo los trozos desperdigados por el suelo describían formas, mundos de cristal, porcelana y piel. Se detuvo frente al de piel «sabe a pollo» pensó el juez Bigotitos.
Cuando Vane terminó su relato, nadie consiguió decir nada al respecto los primeros minutos.
—¿Pero, qué? —Era lo único que Tirnaz consiguió decir.
—¿Qué? También me tocó surrealismo, ¿recuerdas?
—Menuda familia… —murmuró Ershin para sí—. Bueno, Elodía, te toca. ¿Erótica, no?
Elodía asintió. El anterior le había salido a lo mejor, un poco humorístico, pero temía por esta ronda. Igual si se hubiera arriesgado un poco más en la primera fase… Pero de nada servía lamentarse ahora. Bebió agua y empezó:
—Tres eran las veces que habían quedado, y todavía no había sido capaz de tener un orgasmo. —Tirnaz se rio por la nariz—. No sabía qué había de malo en ella, su amante hacía todo lo que le pedía, habían probado todo tipo de estilos, de posturas. No es que no le excitara, le ponía mucho. Sentía un ardiente deseo con tan solo que le susurrara en el oído, su pene se levantaba imponente cuando le besaba en el cuello y cuando ella la azotaba en cada arremetida, sentía que podría ser, pero nunca lo conseguía. —Elodía se llevó la mano a los ojos tras quitarse las gafas—. Lo siento, es horrible, lo sé, pero la erótica es mi antigénero para escribir. Entendería si no me volveríais a hablar.
—Perdón yo por reírme, es que fue muy sorpresivo. No te voy a dejar de hablar y menos después de los míos, no te preocupes.
—Bueno, estamos para escribir y disfrutar. No pasa nada, Elodía, no es un concurso por quién escribe mejor. Ni siquiera es un concurso. Venga, Ershin, alégranos con tu hopepunk.
Ershin le miró dubitativo. Le había dado tiempo a escribir dos ideas, una a cual más alocada que la anterior. Como dijo Pablo estaban para divertirse así que eligió.
—Saqué de la nevera el esmalte de uñas que no había tocado uña alguna, ni iba a empezar en ese momento. El florero estaba quedando precioso, con la mezcla de todos los botes caducados que había estado almacenando sin tener ni idea de qué hacer con ellos. La fiesta habría empezado a las tres de ese mismo día, si no hubieran muerto todes, si no viviera sole.
Ershin miró a su alrededor y esbozó una sonrisa amarga al ver las fotos de sus amistades en el sitio donde solían estar. Sintió una punzada en el corazón, quizás había sido mala idea, pero era jueves noche y había una tradición que cumplir.
Adrián Sanchís dio voz al relato y lo podéis escuchar en ivoox.